David Alberto Campos Vargas
Típicamente se ha entendido a la Psicopatología como un conjunto ordenado de conocimientos relativos a las anormalidades de la vida mental del ser humano. Así, clásicamente, el trabajo del psicopatólogo se ha visto constreñido al arte de nominar y catalogar fenómenos anormales de la vida psíquica del hombre. Distanciándolo de la investigación y limitándolo a hacer de recopilador y sistematizador de datos, este enfoque tradicional ha hecho del psicopatólogo un sujeto paradójicamente encerrado en su discurso: el de categorizar, el de ubicar, en vez de permitirle el comprender.
La Psicopatología tradicional se ha limitado a la descripción de síntomas y signos. Esta bienintencionada pero ingenua forma de aprehender los fenómenos psíquicos engendra un sesgo en sí misma: los fenómenos son reducidos a lo captado por el observador. ¿Y qué pasa entonces con lo que en una primera instancia puede pasar desapercibido? Tristemente, el enfoque tradicional simplemente omite lo que no fue apercibido por el observador o entrevistador. No busca luces sobre los orígenes de cada fenómeno psíquico, ignora etiología y patogenia de dichos síntomas y signos, se constriñe a lo meramente evidente.
Otro punto débil de la Psicopatología clásica es que pretende dar por sentadas “verdades universales” a las que se ha llegado muchas veces siguiendo los dictámenes de la tradición o la costumbre y no los de la investigación ni la reflexión filosófica. Así, las variantes de la normalidad, las singularidades de cada ser humano, eran víctimas del prejuicio y el fascismo diagnóstico: en aras de una pretendida “universalidad” (que en sí misma es una entelequia, pues es imposible llegar a verdades universales a partir de juicios particulares, que son justamente los emitidos por el psicopatólogo clásico), se le ha ido la mano a la Psiquiatría misma en tildar de “patológico” o “perverso” lo que no lo es. El psicopatólogo tradicional, ingenuamente, ha creído que su forma de comprender los fenómenos psíquicos es la única y verdadera forma de aproximarse a ellos. Craso error. ¿Cómo pretender, si cada experiencia vital es única, si cada sistema nervioso es único, si cada cosmovisión es única, imponer mi visión como si fuera la única posible o verdadera? ¿No es ésa una postura arriesgada desde el punto de vista epistemológico? ¿No es un ejercicio de arrogancia? ¿No es un sesgo el creer que lo que el psicopatólogo postula debe ser entendido como un dogma, como una verdad absoluta?
También ha incurrido la Psicopatología tradicional en el error de buscar siempre una etiqueta, un rótulo para cada fenómeno, negándose a sí misma la capacidad de percibir la vida psíquica como una experiencia total, como una vivencia plena de significación, y asumiendo una postura reduccionista. El afán de rotular y meter en cajones diagnósticos ha provocado entonces todo tipo de fallas en la Psiquiatría misma: diagnósticos mal hechos, hipótesis apresuradas o simplistas, visiones restringidas de cada hecho psíquico. ¿Es que acaso lo que no tiene nombre no existe? ¿Si no hay una categoría diagnóstica para actividades psíquicas claramente humanas como la imaginación o el ejercicio de la creatividad, se puede cometer el atrevimiento de negar la existencia de dichas actividades? O peor aún, si un hombre fantasea en estado de vigilia, ¿hay justificación para creer que su vivencia psíquica es una alucinación o un estado alterado de conciencia?
Es cierto que el rigor en la clasificación permitió a los psiquiatras una especie de lenguaje común que facilitó las cosas, sobretodo a la hora de describir al paciente, pero también es cierto que este primer paso debe ser superado ya por una Psicopatología más comprensiva que vaya más allá de lo netamente semiológico. Además, la inflexibilidad en las clasificaciones conlleva otros riesgos: el desconocimiento de que hay espectros clínicos más que entidades nosográficas aisladas, el simplismo diagnóstico, el mal uso de la Psicopatología como ente alienante y desconocedor de la originalidad de cada vivencia y cada vida humanas.
Por eso la nueva Psicopatología debe nutrirse de otras áreas de investigación, de otras disciplinas, de otras aproximaciones. ¿De cuáles? De cuantas sea posible: entre más diversas y complementarias, menos rígido y constreñido será el ejercicio del psicopatólogo.
El psicopatólogo debe renunciar a la arrogancia de crear sistemas absolutos, y de creer ciegamente en ellos: así evitará caer en la red de prejuicios y generalizaciones que, tristemente, han empañado el aporte de la Psicopatología y la razón de ser de la psiquiatría misma a través de la Historia. Así, la nueva Psicopatología exige prudencia y humildad científica al psicopatólogo, que debe dejar a un lado preconceptos y juicios a priori, y que, aunque fiel a sus convicciones, debe tener en cuenta siempre que su modelo no es más que un modelo de aproximación a la vida psíquica y sus fenómenos, y que, por tanto, puede llegar el día en que sea sustituido por un modelo más completo.
Ahora bien, una Psicopatología comprensiva exige al investigador no sólo ser un experimentado semiólogo, sino también un clínico completo, capaz de usar en su labor muchos más métodos que la simple descripción: la introspección, la extrospección, la comparación, lo abarcativo cuando lo explicativo sea insuficiente (esto es, la mayoría de las veces), la mensuración de ciertos fenómenos psíquicos susceptibles de ser medidos (por ejemplo, mediante la aplicación de escalas), y, sobretodo, el método fenomenológico existencial, en el que la aproximación, más que encasillar o patologizar al paciente, permite comprenderlo en su vivencia, en su forma de ser-en-el-mundo, en su particularidad de existir con unas características (cuantitativas y cualitativas) determinadas.
Superando las taras de la psicología tradicional, la nueva Psicopatología busca iluminar y comprender conexiones, relaciones, interacciones y manifestaciones del psiquismo del ser humano, sus significados, su historicidad, su devenir, su naturaleza holística y sistémica. Esta Psicopatología existencial busca comprender antes que rotular, integrar antes que escindir, abarcar antes que limitarse a sí misma. En cuanto a sus propósitos, es claro que conducen a la aproximación al ser humano como un todo, como un ser que está inmerso en relaciones y sistemas, e inmerso en ese gran Sistema que llamamos Universo. La nueva Psicopatología plantea entonces, ver al hombre como un dinamismo que evoluciona y sobre el que no se pueden dar, por tanto, definiciones tajantes ni juicios inmodificables, sino por el contrario, aproximaciones e hipótesis de trabajo, que podrán ser rechazadas una vez la investigación demuestre que han aparecido otras más comprensivas y completas, para evitar la triste senda del fanatismo o la ortodoxia.
En este orden de ideas, planteo la posibilidad de un conocimiento-haciéndose, de una Psicopatología Evolutiva y Dinámica, de una aproximación abierta a la complejización y al cambio, a las reestructuraciones, a la posibilidad de autocorrección. Así, libre de rigidez y protegida del prejuicio, puede ser una herramienta útil no sólo para el psiquiatra, sino también para todo aquél que desee adentrarse en el conocimiento del psiquismo humano.
Algo más: el psicopatólogo, en su noble tarea, debería considerar al ser humano no sólo en su dimensión de individuo, sino de ser-en-el-mundo, de ser-en-contexto(s), de realidad multidimensional en cambio permanente, en la que las situaciones y eventos circundantes tienen tanta importancia como su mismo singular e irrepetible Sistema Nervioso, una realidad-en-construcción, sobre la que no es posible hacer juicios taxativos sino aproximaciones tentativas para no incurrir en el dogmatismo y la arrogancia científica.
Deberá también tenerse en cuenta que las manifestaciones de la vida psíquica son menos regulares y homogéneas de lo que se piensa, y que debe tenerse en cuenta este punto para que la Psicopatología no se anquilose, sino que sea una herramienta clínica y diagnóstica en constante formación y complejización, avanzando siempre en profundidad y en amplitud (pero nunca considerándose a sí misma “ya hecha” o “absolutamente verdadera”), una disciplina dialéctica de aproximación a los fenómenos de la existencia del hombre.
Lo anterior resume la forma en que quise elaborar este Tratado. Mi convicción es que todo trabajo, para que sea fecundo, debe tener unos objetivos claros, una razón de ser. Sustentado en estos principios, este Tratado de Psicopatología pretende erigirse en un trabajo coherente con mi forma de entender al mundo: una visión en la que sí es posible (o al menos está abierta la posibilidad de) entender al ser humano desde la Ciencia, y, en el caso que nos ocupa, entender al ser humano psíquicamente enfermo desde la Psicopatología, pero también entender al ser humano como totalidad, como sistema inmerso en otros sistemas, como vivencia original y en evolución.
¿Hay límites? Por supuesto. La Ciencia misma no puede ser tan pretenciosa como para jactarse de ser completamente abarcativa y comprensiva: ese fenómeno que llamamos "ser humano" tiene muchas facetas que escapan a sus métodos. Pero esas limitaciones no son excusa para no intentar al menos una aproximación. De lo contrario, nos estaríamos perdiendo una oportunidad valiosa de mirar al ser humano (de mirarnos a nosotros mismos) más allá de los paradigmas clásicos, de los modelos ya establecidos. La Psiquiatría, en su condición de disciplina híbrida entre lo Científico y lo Humanístico, puede arrojarnos nuevas luces. Y la Psicopatología, como fundamento de la Psiquiatría, puede ser una herramienta útil en tan noble misión.
¿Hay justificación? Ciertamente. Si asumimos que, pese a sus limitaciones, la Psicopatología puede ser un medio de conocimiento y aproximación al psiquismo del ser humano, es plenamente válido el lanzarse a la tarea de redactar este Tratado. Y no sólo es con el fin de organizar o sistematizar el conocimiento ya adquirido, sino con el de ampliarlo. Es que la Ciencia, bellamente, es un corpus que se va expandiendo, que va ensanchando sus fronteras, en la medida en que crece desde adentro. Por eso este Tratado tiene también la ambición de abrir nuevas perspectivas, de traspasar nuevos umbrales, de abrir nuevas posibilidades: las futuras generaciones tendrán a su disposición un texto que permitirá ulteriores investigaciones.
La Psicopatología tradicional se ha limitado a la descripción de síntomas y signos. Esta bienintencionada pero ingenua forma de aprehender los fenómenos psíquicos engendra un sesgo en sí misma: los fenómenos son reducidos a lo captado por el observador. ¿Y qué pasa entonces con lo que en una primera instancia puede pasar desapercibido? Tristemente, el enfoque tradicional simplemente omite lo que no fue apercibido por el observador o entrevistador. No busca luces sobre los orígenes de cada fenómeno psíquico, ignora etiología y patogenia de dichos síntomas y signos, se constriñe a lo meramente evidente.
Otro punto débil de la Psicopatología clásica es que pretende dar por sentadas “verdades universales” a las que se ha llegado muchas veces siguiendo los dictámenes de la tradición o la costumbre y no los de la investigación ni la reflexión filosófica. Así, las variantes de la normalidad, las singularidades de cada ser humano, eran víctimas del prejuicio y el fascismo diagnóstico: en aras de una pretendida “universalidad” (que en sí misma es una entelequia, pues es imposible llegar a verdades universales a partir de juicios particulares, que son justamente los emitidos por el psicopatólogo clásico), se le ha ido la mano a la Psiquiatría misma en tildar de “patológico” o “perverso” lo que no lo es. El psicopatólogo tradicional, ingenuamente, ha creído que su forma de comprender los fenómenos psíquicos es la única y verdadera forma de aproximarse a ellos. Craso error. ¿Cómo pretender, si cada experiencia vital es única, si cada sistema nervioso es único, si cada cosmovisión es única, imponer mi visión como si fuera la única posible o verdadera? ¿No es ésa una postura arriesgada desde el punto de vista epistemológico? ¿No es un ejercicio de arrogancia? ¿No es un sesgo el creer que lo que el psicopatólogo postula debe ser entendido como un dogma, como una verdad absoluta?
También ha incurrido la Psicopatología tradicional en el error de buscar siempre una etiqueta, un rótulo para cada fenómeno, negándose a sí misma la capacidad de percibir la vida psíquica como una experiencia total, como una vivencia plena de significación, y asumiendo una postura reduccionista. El afán de rotular y meter en cajones diagnósticos ha provocado entonces todo tipo de fallas en la Psiquiatría misma: diagnósticos mal hechos, hipótesis apresuradas o simplistas, visiones restringidas de cada hecho psíquico. ¿Es que acaso lo que no tiene nombre no existe? ¿Si no hay una categoría diagnóstica para actividades psíquicas claramente humanas como la imaginación o el ejercicio de la creatividad, se puede cometer el atrevimiento de negar la existencia de dichas actividades? O peor aún, si un hombre fantasea en estado de vigilia, ¿hay justificación para creer que su vivencia psíquica es una alucinación o un estado alterado de conciencia?
Es cierto que el rigor en la clasificación permitió a los psiquiatras una especie de lenguaje común que facilitó las cosas, sobretodo a la hora de describir al paciente, pero también es cierto que este primer paso debe ser superado ya por una Psicopatología más comprensiva que vaya más allá de lo netamente semiológico. Además, la inflexibilidad en las clasificaciones conlleva otros riesgos: el desconocimiento de que hay espectros clínicos más que entidades nosográficas aisladas, el simplismo diagnóstico, el mal uso de la Psicopatología como ente alienante y desconocedor de la originalidad de cada vivencia y cada vida humanas.
Por eso la nueva Psicopatología debe nutrirse de otras áreas de investigación, de otras disciplinas, de otras aproximaciones. ¿De cuáles? De cuantas sea posible: entre más diversas y complementarias, menos rígido y constreñido será el ejercicio del psicopatólogo.
El psicopatólogo debe renunciar a la arrogancia de crear sistemas absolutos, y de creer ciegamente en ellos: así evitará caer en la red de prejuicios y generalizaciones que, tristemente, han empañado el aporte de la Psicopatología y la razón de ser de la psiquiatría misma a través de la Historia. Así, la nueva Psicopatología exige prudencia y humildad científica al psicopatólogo, que debe dejar a un lado preconceptos y juicios a priori, y que, aunque fiel a sus convicciones, debe tener en cuenta siempre que su modelo no es más que un modelo de aproximación a la vida psíquica y sus fenómenos, y que, por tanto, puede llegar el día en que sea sustituido por un modelo más completo.
Ahora bien, una Psicopatología comprensiva exige al investigador no sólo ser un experimentado semiólogo, sino también un clínico completo, capaz de usar en su labor muchos más métodos que la simple descripción: la introspección, la extrospección, la comparación, lo abarcativo cuando lo explicativo sea insuficiente (esto es, la mayoría de las veces), la mensuración de ciertos fenómenos psíquicos susceptibles de ser medidos (por ejemplo, mediante la aplicación de escalas), y, sobretodo, el método fenomenológico existencial, en el que la aproximación, más que encasillar o patologizar al paciente, permite comprenderlo en su vivencia, en su forma de ser-en-el-mundo, en su particularidad de existir con unas características (cuantitativas y cualitativas) determinadas.
Superando las taras de la psicología tradicional, la nueva Psicopatología busca iluminar y comprender conexiones, relaciones, interacciones y manifestaciones del psiquismo del ser humano, sus significados, su historicidad, su devenir, su naturaleza holística y sistémica. Esta Psicopatología existencial busca comprender antes que rotular, integrar antes que escindir, abarcar antes que limitarse a sí misma. En cuanto a sus propósitos, es claro que conducen a la aproximación al ser humano como un todo, como un ser que está inmerso en relaciones y sistemas, e inmerso en ese gran Sistema que llamamos Universo. La nueva Psicopatología plantea entonces, ver al hombre como un dinamismo que evoluciona y sobre el que no se pueden dar, por tanto, definiciones tajantes ni juicios inmodificables, sino por el contrario, aproximaciones e hipótesis de trabajo, que podrán ser rechazadas una vez la investigación demuestre que han aparecido otras más comprensivas y completas, para evitar la triste senda del fanatismo o la ortodoxia.
En este orden de ideas, planteo la posibilidad de un conocimiento-haciéndose, de una Psicopatología Evolutiva y Dinámica, de una aproximación abierta a la complejización y al cambio, a las reestructuraciones, a la posibilidad de autocorrección. Así, libre de rigidez y protegida del prejuicio, puede ser una herramienta útil no sólo para el psiquiatra, sino también para todo aquél que desee adentrarse en el conocimiento del psiquismo humano.
Algo más: el psicopatólogo, en su noble tarea, debería considerar al ser humano no sólo en su dimensión de individuo, sino de ser-en-el-mundo, de ser-en-contexto(s), de realidad multidimensional en cambio permanente, en la que las situaciones y eventos circundantes tienen tanta importancia como su mismo singular e irrepetible Sistema Nervioso, una realidad-en-construcción, sobre la que no es posible hacer juicios taxativos sino aproximaciones tentativas para no incurrir en el dogmatismo y la arrogancia científica.
Deberá también tenerse en cuenta que las manifestaciones de la vida psíquica son menos regulares y homogéneas de lo que se piensa, y que debe tenerse en cuenta este punto para que la Psicopatología no se anquilose, sino que sea una herramienta clínica y diagnóstica en constante formación y complejización, avanzando siempre en profundidad y en amplitud (pero nunca considerándose a sí misma “ya hecha” o “absolutamente verdadera”), una disciplina dialéctica de aproximación a los fenómenos de la existencia del hombre.
Lo anterior resume la forma en que quise elaborar este Tratado. Mi convicción es que todo trabajo, para que sea fecundo, debe tener unos objetivos claros, una razón de ser. Sustentado en estos principios, este Tratado de Psicopatología pretende erigirse en un trabajo coherente con mi forma de entender al mundo: una visión en la que sí es posible (o al menos está abierta la posibilidad de) entender al ser humano desde la Ciencia, y, en el caso que nos ocupa, entender al ser humano psíquicamente enfermo desde la Psicopatología, pero también entender al ser humano como totalidad, como sistema inmerso en otros sistemas, como vivencia original y en evolución.
¿Hay límites? Por supuesto. La Ciencia misma no puede ser tan pretenciosa como para jactarse de ser completamente abarcativa y comprensiva: ese fenómeno que llamamos "ser humano" tiene muchas facetas que escapan a sus métodos. Pero esas limitaciones no son excusa para no intentar al menos una aproximación. De lo contrario, nos estaríamos perdiendo una oportunidad valiosa de mirar al ser humano (de mirarnos a nosotros mismos) más allá de los paradigmas clásicos, de los modelos ya establecidos. La Psiquiatría, en su condición de disciplina híbrida entre lo Científico y lo Humanístico, puede arrojarnos nuevas luces. Y la Psicopatología, como fundamento de la Psiquiatría, puede ser una herramienta útil en tan noble misión.
¿Hay justificación? Ciertamente. Si asumimos que, pese a sus limitaciones, la Psicopatología puede ser un medio de conocimiento y aproximación al psiquismo del ser humano, es plenamente válido el lanzarse a la tarea de redactar este Tratado. Y no sólo es con el fin de organizar o sistematizar el conocimiento ya adquirido, sino con el de ampliarlo. Es que la Ciencia, bellamente, es un corpus que se va expandiendo, que va ensanchando sus fronteras, en la medida en que crece desde adentro. Por eso este Tratado tiene también la ambición de abrir nuevas perspectivas, de traspasar nuevos umbrales, de abrir nuevas posibilidades: las futuras generaciones tendrán a su disposición un texto que permitirá ulteriores investigaciones.
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